(¿Estáis viendo mi extraño modo hoy? Pues eso significa ni más ni menos que relato corto. Sí, como estáis leyendo).
Así que, sin más dila
La primera historia de amor no surgió de Shakespeare, ni entre campesinos de aldeas, ni siquiera en el Mesozoico. La primera historia de amor se remonta allá donde la materia existió, donde se expandía la energía en la nada, donde todo era poder y el poder era imposible de percibir.
Tras la gran explosión, como si de una idea se tratase, todo comenzó a tomar forma. Ya existido un grupo de ocho (el pequeño no se cuenta), comenzó nuestra historia.
No era martes, ni miércoles, y creo recordar que tampoco jueves cuando la vi. Mis capas eran rosadas, -color crema o helado de fresa, depende de cuánto hambre tengas- aquel día. Era radiante. Ella era de un naranja fogoso. Supe que nunca la había visto por estos lares en cuanto la vi. Se me extrañó que, estando solo este tiempo en órbita -como quien dice, el mundo gira y el tonto mira, y ahí estaba yo; girando y mirando- hubiese encontrado a alguien más.
Cuando estuvimos lo suficientemente cerca le pregunté.
Fui un poco precipitado al preguntarle su nombre sin más dilación. Incluso pude notar la desviación de su órbita por el nerviosismo. Quizá signifique algo bueno.
Urano. U de única. U de tengo que saber más de ella.
Tenía unos años luz hasta que desapareciese en el firmamento, así que intenté aprovecharlos todo lo posible. Le pregunté sobre qué piensa cuando se aburre, cómo es su composición (da el caso de que los dos somos gaseosos, tenemos cosas en común), cuál es su canción favorita, qué ve en la órbita completa, algunos cotilleos de otros planetas que no conozco, qué quiere ser de mayor... Pasamos muy buen tiempo juntos.
Incluso, cuando ella no podía dormir, contábamos asteroides juntos.
Finalmente, llegó el año luz en el que ya no podría verla. La noche anterior, en vez de contar asteroides, contamos secretos. Ella me dijo que su secreto era que estaba triste de que nos perdiésemos entre nuestras órbitas y que se estaba volviendo un poco azul. Yo le dije que sonriese, que no podía hacer desaparecer ese naranja otoño por la mañana por nada del mundo. Para que dejase de llorar también le conté un secreto.
Le conté que la quería. Estúpido yo, que se lo dije en el último momento.
Aún recuerdo su: "Neptuno, te querré mientras me esperes" antes de que ya no pudiese verla.
Y la esperé. Solo. A veces envidiaba a aquellos planetas que estaban próximos. Yo también quería ver sobre qué orbitaba. Ella me dijo que orbitábamos sobre alguien que daba calor, pero yo no sabía qué era el calor hasta conocerla, ¿por qué no orbitaba a su alrededor si era lo único que sí podía sentir?
Un día hice un amigo. Se llamaba Plutón. Era un buen amigo, pero ninguno de los planetas lo tomaba en serio. Le llaman "planeta enano". Le dije que si un planeta se atrevía a decirle eso otra vez, no tendría contemplaciones en decirle algo sobre sus satélites. Y no sería bonito.
Un amigo y un amor. En estos años luz que llevo aquí es lo máximo que he podido conseguir, y estoy muy alegre. Igual me hice incluso más rosado que antes de la felicidad. Urano me llamaba "algodón de azúcar". Cuánto la echaba de menos...
Esperé y esperé. Había días en los que estaba decidido en saltar a un cometa y buscarla, pero le prometí esperarla en mi órbita, sin variaciones, por si acaso.
Entonces llegó el día.
Allí venía.
No venía sola.
En ese instante deseé que mi órbita fuese en dirección contraria para llorar y que no me viese o escuchase. No era la de siempre.
Había perdido su color anaranjado. Ahora era azul. Un azul muy blanquecino. Quizá fue por la sorpresa de verme, pero no creo, ya tenía un acompañante mejor que le devolviese el color.
Saturno.
Cómo se pavoneaba con su anillo y el que le había regalado a ella. Seguro que mientras no estaba, le había pedido matrimonio. Seguro que Urano le había hablado de mí antes. No olvidaría jamás esa expresión de superioridad en él. Le maldigo a él, y a ella -en muy poca cantidad-.
Me preguntó que cómo estaba. ¿Y cómo quieres que esté, maldita? Me obligó a esperarla durante años luz para que, cuando nos viésemos, ella volviese con otro. Estuve meditando sobre si de verdad era un planeta gaseoso, porque me sentía sólido de tanto odio. Era insoportable la decepción. Noté mis satélites incluso alejarse de mí.
Me volví azul yo también. Quizá esa sea la enfermedad de amarla. Volverse azul. Triste. Pero al tener rabia, era azul oscuro. Tristeza oscura. Era una tristeza tan absoluta... como de otro planeta.
Lloré y lloré. E intentaba ignorarla cuando venía a pedir sal. Para ella hubo azúcar y solo supo derramarlo. La sal se iba a quedar conmigo y todas las especias que ella decidiese pedir.
Me volví un planeta malo. ¿Pero con quién iba a ser malo? Si la única a la que podía ver era a ella. Seguía estando solo. Y ese insignificante de su marido se estaba alejando, lo cual era la mayor de mis alegrías en ese momento. Finalmente se fue. Ella seguía aquí, pero tampoco le faltaba poco para irse. Esta vez me daba igual que se fuese. Hasta que habló conmigo.
Me dijo que traía verdades. Yo le dije que serían mentiras. Ella me preguntó si creía en ella. Yo le pregunté si sentía algo por mí. Las dos preguntas no tuvieron una respuesta clara. Decidí escucharla, un enfado no serviría para nada en esta situación.
Me contó que... allá afuera no hay nada bueno -y eso que el que está afuera soy yo-. Me contó que un tal Júpiter era un acosador... y que Venus decía que era más bella que ella de una manera no muy confortante... y que el Sol era doloroso, muy doloroso. Me contó que para salvarse de eso, tenía que ocultarse detrás de Saturno, que era lo suficientemente grande como para ocultarla de los rayos penetrantes del Sol, que Venus estaba por Saturno y que no diría nada malo de ella estando él delante y que Júpiter se echaba atrás y dejaba de intentar echarle el anillo (como quien le echa el guante) si se casaban. Me contó que... era azul porque estaba triste; porque no podía estar conmigo; porque necesitaba ayuda de verdad y yo solo podía ayudarle cada... cada mucho, ya perdí la cuenta.
Entonces lo entendí. Entendí que nuestro amor no podría ser. Entendí que sería la única a la que viese, a la única a la que amase, a la única de la que le hablaría a Plutón cada rato. Entendí cosas que con el odio nunca pude entender aunque estuviesen claras. Entendí que el amor era complicado.
Urano. U de única. U de tengo que saber más de ella.
Y no dejar nunca de conocerla. Nunca.
Por eso, cuando nos vemos y nos aseguramos de que ningún otro planeta pueda vernos, o algún cometa, o asteroide, o incluso ser humano, podemos volver a ser de nuestros colores. Yo "algodón de azúcar", ella como el Sol pero en hermosa y en otoño.
Por eso, para todos seremos azules.
Por eso, todavía la sigo esperando.
Por eso, este es el amor no correspondido más triste del universo.
¿Qué? ¿Os ha gustado? Si os ha gustado poned en comentarios a quién hubieseis puesto de pareja planetaria. Urano y Neptuno. ¿A que no lo esperabais? Pues sorpresa de cometa para vosotros.
Y sé que os dije que como mucho cada quince días escribiría una entrada, y hoy es el día tope. No os iba a abandonar, ¿eh?
Espero que os haya parecido curioso este relatillo tanto como a mí el amor entre planetas que hay en mi cabeza. La próxima vez nos vemos con algo totalmente distinto.
Hasta la próxima, Uranos.
-Grigori.