sábado, 24 de diciembre de 2016

El psicólogo, el paciente y él mismo


 Alguien llama a la puerta.

 —Pasa, está abierta.

 La puerta lentamente se abre, aunque torpemente. Como si fuese de un material más fuerte del que realmente es.

 Al abrirse por completo, entra un joven rubio, de ojos color 'muy perdido', y un poco de azul, casi marino, casi oceánico. No era muy alto, pero el pelo revuelto le regalaba quizá un par de centímetros.

 El psicólogo y él se miran fijamente antes de que él, en la puerta, hiciera algún movimiento.

 Al ver que el comportamiento del joven podía llevar un tiempo hasta adecuarse a la extraña e incómoda situación, el psicólogo le invitó a sentarse, como quien invita a la primavera.

 —Siéntate aquí, delante mía. Como siempre.

 El joven por fin consigue sentarse en la silla, sin mucho afán de hablar, o incluso parpadear.

 El psicólogo suspiró ante todo esto que estaba ocurriéndose, y quitándose las gafas, aclarándose la frente empapada en sudor y rascándose la nariz, consiguió formular una pregunta.

 —¿Y ahora qué has hecho, Ethan?

 El joven se mira los pies debajo de la mesa, observando sus zapatos y moviendo vagamente los pies.

 —Escúchame, Ethan —mira el reloj de la pared a su izquierda—. Puedo quedarme aquí todo el tiempo que quieras hasta que dispares.

 Ethan miró a sus lados, como buscando a alguien que pudiera sacarlo del apuro. Y no, no encontró a nadie en aquella sala completamente blanquecina, con algunos cuadros y periódicos enmarcados.

 —Yo no he hecho nada. ¿Qué has hecho tú?

 El psicólogo estaba perplejo ante la respuesta, pero aun así, parecía que no había vivido muy lejos de esas respuestas con más preguntas.

 Le hizo una mirada que él entendió completamente.

 —Realmente no he hecho nada —el psicólogo señaló al reloj de la pared—. Vale, sí. Quizá lo he hecho todo. Qué sé yo.

 Otro silencio se hizo sentir.

 —Escucha, solo te lo voy a contar una vez: estoy harto. No quería hacer nada malo. Es decir, yo... Ya sabes que no puedo no mentir. Compréndeme —se rascó la barbilla mientras miraba fijamente a un bolígrafo de encima de la mesa—. Bueno, no, mejor no me comprendas. También estoy cansado de tener que explicar las cosas. Sí, he hecho lo que me ha dado la gana; he mentido en esto, he hecho trampas en lo otro, he roto el autoestima de esta otra persona y el corazón de la única que existiría. Y no me vengas con los cuentos de la empatía y la culpabilidad, que hoy no estoy para juegos.

 Volvió a mirar sus zapatos, y con un tono mucho menos elevado, alegó:

 Déjame estar en silencio 

 El psicólogo respiró profundamente, como si todas las acciones de Ethan penetrasen en él como un verano se clava en el pelo volviéndolo más claro.

 —El problema real no es que hayas hecho lo que has hecho —cogió el bolígrafo de la mesa y empezó a observarlo como si fuera la primera vez; como si no fuese su bolígrafo—. El problema es que, únicamente te das cuenta de lo que has hecho, cuando hablas conmigo.

 Ethan ni siquiera le estaba mirando, pero probablemente estaba analizando qué decir; cómo contraatacar.

 —Quizá, mi único problema eres tú —de repente se levantó del asiento, dispuesto a irse—. Si tú no estuvieses, podría hacer lo que hago, es decir; lo que me da la realísima gana.

 El psicólogo se levantó antes de que Ethan pudiera llegar hacia la puerta.

 —Ni de coña te vas a librar de mí. Me necesitas, ¿o acaso te estás olvidando de todas las veces que te he salvado la vida, impulsivo? —Ethan intentó irse ante eso, pero el psicólogo le agarró del brazo—. Te vas a quedar aquí, en esta sala, y no te vas a ir a ninguna parte. Vas a reflexionar sobre qué has hecho, y sobre qué harás.

 Ethan, entonces, soltó su brazo de las manos del psicólogo con fuerza, pero prácticamente se había calmado.

 —Hay trato, pero únicamente si te vas. Y bien lejos.

 Pensó que con eso ya tendría ganado al psicólogo. Pero este no es para nada imbécil.

 Aceptó el trato. Ethan se sentó en la silla, otra vez, y el psicólogo le dijo que volvería en dos horas; que estaría bien lejos. Como las intenciones del joven eran obvias, el psicólogo sacó su llave del bolsillo, para que este no escapase.

 Se cierra la puerta desde fuera.

 Dentro no hay nadie.




 Aquí os dejo este relatillo corto, que sí; no equilibra el tiempo de inactividad que he obligado a ocurrir y coexistir con la naturaleza de este blog. Voy a usar el "no he hecho nada malo" de Ethan, como quien quiere y a la vez no quiere la cosa.

 Prácticamente, mi inactividad latente volverá en cuanto comience el año nuevo, y con él, la vuelta a la rutina. Aun así, espero que, en lo que queda de mes, pueda escribir alguna entrada más (al menos la despedida del año, como siempre).

 Y no creáis que me he olvidado de quienes me leéis, porque ni de broma lo haría. Cada día entro aquí pensando cuánto tiempo más estaré sin poder brindaros, aunque sea, de una chorrada simple, que os entretenga un rato. Pero bueno, no hay más cháchara; no os vayáis, que todavía queda invierno e infierno por aquí.

 Hasta la próxima (y lucharé por la muy, muy próxima), psicólogos.

 -Marilen (y la tilde invisible en la e).

 Marilenendless@gmail.com



2 comentarios :

  1. Mi psicólogo interior me preguntaría que qué hago leyendo esto en vez de estudiar para los finales, suerte que yo tampoco le echo cuenta.

    PD: Me gustan estos relatillos, sigue así.

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    1. Gracias por estar tan activo por este blog, a pesar de la inactividad de él. Espero que los finales te vayan completamente genial :')).

      P.D: me gusta que te gusten.

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