viernes, 23 de septiembre de 2016

Para cuando quieras saber cómo eras

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 Porque no, no sabes cómo eras. Ay, cómo eras.

 Soy quizá la persona más indicada de tu pasado para contarte cómo eras en él. Y como te has perdido entre recuerdos, pensamientos y dibujos, voy a refrescarte la memoria con un pequeño rocío de la mañana.
 Así te demostraré lo difícil que eres. Y lo que eras.

 Eras completamente un halo angelical; a la vez una tormenta de fuego. Eras el prototipo exacto de hija perfecta, sin ningún error en la base de datos, y previendo no querer cometer ninguno mientras sepas contar las estrellas como solías hacer. Aun así, amabas la guerra. Aunque solo aquella que estaba lo más cercano al amor que la Luna a tu balcón. Eras, en pocas palabras, una revolución en año nuevo; inesperada, in crescendo en silencio con los días que te soñabas Marte y te acostabas Venus.

 Por otra parte, eras totalmente un encargo tardío. Voluble como las nubes antes de llover. Demasiado voluble para tener una estabilidad que te salvara, pero a la vez resistente. Pedías lo que no tenías, y cuando lo tenías, lo guardabas para tener más, y más y más. Y al final, terminar con un "te mentía cuando decía que te amaba". Sálvese quien pueda.

 No podemos olvidar tampoco cómo te asimilabas con un chicle. Pegadiza. Como la típica cancioncilla de verano con tan poco sentido como nuestra suerte. Quien no te hubiera dedicado canciones de amor cada día, no hubiera aceptado esos impulsos de amor cada vez que nuestras miradas se encontraban.

 Y esa es otra, querida señorita impulsos. Arriesgabas la bandera blanca mejor que cualquier otra persona que haya conocido en mi vida. Como si no estuviera Diablo en la habitación de al lado deseando que me fuera al infierno como para que ahora tuviera que deseártelo a ti también.

 Me asombra lo poco que he mentido declarando tu fantástica aura casi transparente y tu fuego dinamita interno. Era exactamente tú.

 Y te enfadabas con facilidad, pero tenías el mismo rencor que un beso en verano; ninguno. Todas las personas del mundo te querían por esa gran capacidad tuya, de olvidar el daño por un 'lo siento'. Al menos, no eras tan inocente, y dabas por seguro quién no te volvería a dañar jamás. Acertabas.

 Creativa. Pero eso sigues siéndolo hasta en tus costillas. Bailándole a las ceras para que todos supieran que tenías magia. Lo sabíamos.

 Siempre estabas cantando. Cuando lo malo ocurría, sacabas una melodía que te hacía darle la vuelta al océano y reencontrar Atlántida de la forma más alucinante. Eras la nota que nadie más podía alcanzar, y no por alta, sino por complicada. Compleja como un mismo corazón. Deseábamos no tener cerebro después de tus pequeñas complejidades en cada palabra, abrazo o sonrisa, volviéndonos simples después de verte caminar.

 Eras un total quebradero de cabeza, un pequeño fruto al que le faltaban años luz para madurar, escudándose bajo el "es que soy muy infantil". Y que cuando escribieras una simple carta de amor, te faltara seguir los puntos. Pero tierna; tiernísima. Ibas a tu ritmo en cuanto a la pequeñísima e insignificante edad que teníamos cuando la literatura nos reunió. Eso me hacía feliz. Tú a tu ritmo. Y los demás a seguirlo.

 En resumen, has cambiado completamente. A bien, al menos -no lo olvides-. 

 Ahora es increíblemente difícil engañarte, aunque sea cariñosamente. 

 Mucho más dura que antes, casi de hierro, pero en tu interior solo un poco más que antes. Aún así eso también está cambiado. 

 Mucho menos voluble cada día, aunque con tus sobresaltos impulsivos que, claramente, son los que te dan vida. 

 No eres más revolución porque entonces harían falta armas para serlo.

 Un raciocinio espantosamente acertado, con la moral ética saliendo de la Vía Láctea, obligando a los demás a no entenderte, y que solo pocas personas lo hagamos.

 Un campo de tomates a punto de ser recogido. Y de fresas si quieres empezar la guerra ya.

 Una locura infinita. Aunque eso era justo como antes, pero ahora la sonrisa tiene más picardía.

 Una media luna.


 Para que no se te olvide cómo eras,

     Rubiales. O como quieras llamarme.