sábado, 19 de marzo de 2016

Autocrítica

 Nací con 21 años de experiencia, con el pelo tan rubio que parecía desaparecer y con el nombre de Autocrítica.

 Cuando nací, con mis 21 años de experiencia, todos pensaron que tendría los ojos azules de mi padre. Lo que no sabían era que en la cabeza solo tenía pájaros, y que mis ojos reflejaban sus aleteos de libertad; mi corazón sus picotazos hambrientos de amor.

 Antes de hablar, dejé a todos sabido que nunca callaría gracias a un mal comportamiento. Más tarde se asombraron al ver que mis palabras pasaron de ser mentiras, a ser poesía. Y que mis palabras ocurrentes contra el universo aun en expansión no me hicieron una maleducada; sino una poeta de la mala lengua. Todavía sigo cuidando mi comportamiento, pero nunca mis ocurrencias.

 El día que comencé a caminar ya tenía asegurado que algún día caería, pero nunca pensé que fuese tan pronto y en una habitación que, desde aquel día, parece haberse reconstruido. Ahora la llamo castillo, fuerte, o lugar seguro para lágrimas inseguras.

 La primera vez que observé, sé que no fue a mi madre, ni a mi padre ni a mi hermana. La primera vez que observé fue en el jardín de infancia, cuando Cupido era solo otro niño más en la clase. Desde entonces sé que el amor a primera vista no es un mito. Desde entonces no miro a las personas; las observo. Así dicen que mis ojos llevan magia. Y así digo que sé cómo viste la magia.

 Cuando empecé a leer gracias a un libro que había pasado por mi hermana mayor y ahora por mí, supe que no querría dejar de leer libros, carteles, prospectos médicos o la mente de otros. Ahora quiero que todos me lean incluso la mente. Pero nunca el corazón.

 El primer amigo que hice me acompañó en mis aventuras por mundos que hasta yo desconocí cómo existían en mi cabeza. A él no le importó, e hizo de mi locura un buen lugar al que escapar. Hace tres años que no tengo contacto con él, aunque le vea a diario. Sigues estando tan loco como te dejé.

 Cuando abandoné la música, todavía dudaba en las tablas de multiplicar. Tras cuatro años de luchas, conciertos y batallas internas en cada examen de canto, me tomé un lapso de un mes. Para luego darme cuenta de que la música era mi deseo como futuro.

 Le saqué de quicio a la pre-adolescencia. Quise hacer amigos, y no hice más que el tonto. Aun así, una persona brilló más que las demás, y me llevó a caminar donde la música se hizo nuestro súbdito. Tuve la mayor suerte del universo en poder llamarla mejor amiga. Aunque ahora me llame solo para ensayar.

 Antes de enamorarme por primera vez, ya sabía que iba a doler; por esto de que todo es temporal y por atrevernos en amores tan imposibles como el nuestro. Incluso una nube podría ser más sólida que el camino que tomábamos. Que tomaba mi primera relación.

 Aquella vez que lo perdí todo sentí que la soledad estorbaba. Y siempre había sido de mis compañías favoritas, pero aquellos días... aquellos días preferiría cualquier compañía antes que la vacía compañía de la soledad.

 Las únicas veces que me dijeron la verdad salieron de la boca de la persona más hermosa de ella misma y del corazón de quien más me había abandonado. Qué verdad tan inquietante. Incluso las piedras comenzaron a estremecerse, y lloraron. Como si no fuesen piedras.

 La próxima vez que tuve contacto humano, fue con quien me acompaña en cada batalla hoy día. A quien llamo lírica. Y quien me llama liricista.

 Y ahora me encuentro reduciendo mis años de experiencia en pocas palabras, como si esto fuese una biografía. Y no es más que una autocrítica. Por las veces que me equivoqué, que fueron todas las veces que intenté algo.

 Por tener la prisa de un trueno en caer, y la lentitud de un tocadiscos en sonar.
 Por tener la libertad en la mirada y la exclavitud en los ojos.
 Por tomar, en la hora del té, tazas de café frío.
 Por aprender a llorar en silencio para que, al recuperarme, mis lágrimas se personalizaran en gritos. Y solo me escuchaba yo.
 Por tener la impaciencia que tienen los amantes en las noches de reconciliación donde solo hay placer.
 Por creer en todos por igual; en las mentiras de los mentirosos y en las mentiras de los que pensé que nunca mentirían.
 Por intentar robarle las alas a los pájaros para dárselas a quien me hacía volar.
 Por aprender de la caída libre y nunca dejar de caer.

 Por esto me llamaron Autocrítica al nacer. Aunque todavía desconozco su significado.

 No quiero ser una autocrítica;
no quiero criticar autobuses,
o entrar yo misma en estado crítico.





 Vaya... esto es más incómodo que las excusas que pone Spotify cuando no tiene la letra de una canción. Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Me he ausentado durante más tiempo del que me hubiese gustado, la verdad. Pero no ocurre nada, ya estoy aquí, queridos. No, no lloréis más. Hala, hala, ya está.

 Intentaré morder el tiempo, como me dijo aquella poetisa a la que hace tiempo que no veo, pero que sí he oído hablar de ella últimamente. Así volveré rápidamente y os daré el calor de una madre gaviota a sus pequeños en el nido.

 Hasta la próxima, autocríticos.
 -Marilen (y la tilde invisible en la e).

Marilenendless@gmail.com

(No lo digáis a nadie, pero os echaba de menos).